Silvia Biet -Psicóloga especialista en migración
Octubre 2025
El duelo, la autopercepción y el país de acogida
Cuando se aborda la migración desde la psicología, el tema que se analiza frecuentemente es el duelo por las pérdidas, lo que dejamos atrás y nos hace falta como migrantes en el país de acogida. Al mismo tiempo que hay entusiasmo y ganas de un proyecto nuevo, aparece la tristeza que incomoda e invade las emociones durante el período de integración.
Considero de igual importancia analizar lo que sucede en la relación que uno tiene consigo mismo en ese período, la imagen de sí mismo, la sensación de seguridad y de autoestima.
El contacto con la nueva cultura cuestionará el comportamiento y la visión de la vida que tiene el migrante, planteándole problemáticas que lo llevaran a producir cambios en sus respuestas. En el intento por integrarse podrá cambiar o aferrarse fuertemente a sus modalidades como un mecanismo defensivo.
La forma en que es mirado por los otros y la manera en la que él mismo se percibe en esta nueva sociedad será diferente de lo que vivía en su país de origen. Este cambio en la percepción de sí mismo implicará cambios en su propia imagen y en su autoestima y afectará de manera significativa el proceso de integración.
La construcción de la identidad y la migración
La construcción de la identidad es un proceso que comienza con el nacimiento y se va desarrollando en un determinado grupo familiar y comunitario.
La socialización primaria se realiza en el marco de la relación que establece el niño con sus padres o cuidadores. Esta relación favorece la incorporación de valores y formas de ver el mundo a través de procesos de identificación.
El yo y la imagen de sí mismo se van forjando en interacción dinámica con el entorno social cercano. Los afectos favorecen el aprendizaje y la incorporación paulatina del acervo cultural del grupo de pertenencia.
La socialización secundaria amplía y diversifica las relaciones a medida que el niño, y luego el joven, tiene acceso a otros círculos de pertenencia, como son la escuela, el club y otros espacios sociales. Su propia identidad va cambiando al mismo tiempo que va madurando y atravesando cambios biológicos, psicológicos y vinculares. Paralelamente va tomando distancia de su núcleo familiar para poder individualizarse.
Esta construcción es un proceso complejo y nunca lineal. Puede haber momentos de avance y de retroceso como etapas lógicas. Se va estableciendo una relación ambivalente entre la pertenencia a un grupo por identificación y la singularidad del individuo.
Consideremos que en alguna etapa de este largo proceso la persona migra y se encuentra dentro de un entorno cultural diferente del que lo vio crecer.
Dependiendo de la edad en la que se lleve a cabo esta migración habrá impactos distintos en el desarrollo de la personalidad. El choque cultural tendrá efectos distintos provocando muchas veces un gran desequilibrio en la persona.
También vivirá experiencias intensas en cuanto a la forma en la que es mirado por las personas de esta nueva comunidad que marcarán indefectiblemente la diferencia y la no pertenencia a este grupo.
Ser mirado como migrante es un hecho difícil de procesar.
Al mismo tiempo se irá produciendo un desajuste interno concomitante al cambio externo donde la autopercepción se perturba. Los parámetros que daban seguridad y autoestima pueden cambiar drásticamente en la dinámica de los vínculos nuevos en la nueva comunidad cultural.
El niño pequeño vivirá este cambio social y cultural a través de sus padres y, cuando él comience su aprendizaje escolar, navegará entre dos sistemas distintos: su casa y la institución. Los niños tienen mucha plasticidad y aunque generalmente se integran rápido a estas diferencias, no debemos minimizar el trabajo psíquico que esto les demanda.
Es interesante remarcar como cada espacio (casa, escuela) constituye un sistema particular, con su lengua y sus dinámicas de vincularidad propias. Cada sistema permanece aislado del otro, y con el tiempo, se va a ir entrelazando con el otro como un reflejo del trabajo interno.
Las figuras de identificación para el niño que va creciendo van complementando las figuras parentales. En un entorno multicultural estas figuras pueden ser muy diferentes de los padres. La distancia cultural entre éstas puede llegar a ser un elemento desestabilizador en las familias pues los otros miembros no se reconocen en las actitudes y comportamientos del hijo.
Es necesario aclarar que, al mismo tiempo que esto se va desarrollando en la construcción de la identidad del niño, sus padres también están atravesando, cada uno a su manera, el proceso de aculturación.
Cuando la migración se hace en la vida adulta, cuando la persona tiene un cierto recorrido de vida, una historia personal, su personalidad y una imagen de sí misma, la migración tiene otros efectos psíquicos, intelectuales y relacionales. La identidad construida en relación con sus experiencias de vida y su entorno sociocultural y geográfico enfrentará una realidad distinta.
El choque cultural pondrá a prueba sus recursos para enfrentar situaciones nuevas y sentirá la necesidad de aprender de estas nuevas experiencias para poder mantener un cierto equilibrio emocional y responder a las necesidades materiales de la vida.
Este impacto provoca estrés y ansiedad. A veces puede conducir a un estado de crisis cuando la persona siente que no puede enfrentar este trabajo psíquico dentro de una realidad que se torna muy hostil.
El espejo intercultural
Kraven y Patron desarrollaron el concepto de “espejo intercultural” para describir la dinámica compleja que resulta de cómo la persona migrante es percibida por el otro culturalmente distinto y cómo esta mirada puede devolver una imagen muy distinta de aquella que el migrante tiene de sí mismo.
Si la sociedad de acogida mira y recibe al migrante con “buenos ojos”, rescatando aspectos positivos y constructivos, esta imagen del migrante favorecerá la integración.
En el caso contrario, cuando el migrante es rechazado, visto como un delincuente y un riesgo para la sociedad de acogida esgrimiendo estereotipos y la discriminación, su integración será mucho más complicada pues se agotaría buscando y probando los argumentos necesarios para revertir la narrativa establecida.
Sin embargo, existen muchas situaciones de migración donde el espejo intercultural habilita a hacer un cambio identitario positivo. El migrante se libera de ciertas rigideces y determinaciones que sostenía en su país de origen. El traspaso de la frontera étnica le permite la manifestación de rasgos identitarios más satisfactorios con su vida actual.
Contexto multifactorial
No se puede anticipar cuáles serán los efectos y los cambios que la experiencia de la migración producirá en cada migrante. Hay muchos factores involucrados en este proceso complejo. Factores internos de la persona y factores externos específicos de la sociedad de acogida en un momento determinado de la historia.
En este escrito he dado un esbozo de las distintas dinámicas que entran en juego y a las que tendremos que atender cuando comunicamos en la interculturalidad. Me refiero no solamente a la escucha clínica en una consulta psicológica o médica sino también en situaciones de aprendizaje y otras.
Por último, en el proceso de aculturación hay dos o varias comunidades culturales que entran en contacto. Dentro del marco de la cohesión y la paz social, los intercambios deberían mantener y respetar el bienestar de todos en la medida de las posibilidades de la población general.
Este desafío no es sencillo, teniendo en cuenta que existen relaciones de poder entre los grupos. Los intereses económicos y materiales de algunos suelen primar al bienestar general y el recurso racista sostiene falazmente la justificación la injusticia.